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Construir observando el pasado: Can Joan Jaume i N’Apol.lònia

El arquitecto brasileño Jaime Lerner, en su conocido libro Acupuntura Urbana, realiza ciertas reflexiones acerca de la “suerte” que algunas ciudades tienen por poseer sus propios sonidos, colores y olores, poniendo como ejemplo el vendedor de perritos calientes de Nueva York, el de agua de coco de Brasil, el hombre que grita “¡Mate fresco!” en las playas de Rio, y así sucesivamente. Y en este caso, uno de los aspectos que más llaman la atención cuando paseas por los pueblos de Mallorca, es el color de sus casas. Viviendas construidas, de una forma o de otra, con la piedra arenisca que es la protagonista de dotar de personalidad a estas construcciones autóctonas.

Cuando un arquitecto visita los diferentes pueblos mallorquines, cabe la posibilidad que se pregunte cómo construir hacia el futuro con una forma constructiva del pasado sin caer en un anacronismo. A esta pregunta puede dar respuesta los proyectos realizados en esta isla por el estudio de arquitectura TEd´A arquitectes. Irene Pérez y Jaume Mayol, son los arquitectos que integran este estudio que desarrolla una arquitectura contemporánea sin perder de vista el pasado y cuya dirección apunta hacia la tradición constructiva, hacia un nuevo trabajo artesanal y hacia una evolucionada composición arquitectónica del lugar. Su arquitectura pretender ser baluarte de la identidad y personalidad regional frente a un arquitectura racional y universal donde no se contempla una composición, un vecindario y una forma de construir propia de un lugar. De esta forma, sus proyectos están humanizados desde el interior donde se reproducen situaciones espaciales dignas de construcciones pasadas: rincones insospechados, estancias ambiguas y paramentos irregulares que favorecen la comprensión de la arquitectura como una herramienta al servicio de las vivencias.

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TEd´A arquitectes tiene un amplio abanico de obras arquitectónicas, pero en este artículo vamos a centrarnos en una de la múltiples viviendas que este estudio de arquitectura ha construido en la localidad mallorquina de Montuïri y que se denomina Can Joan Jaume i n’Apol·lònia. Su composición queda supeditada a la arquitectura de barrio donde se encuentran viviendas cerradas al espacio público, con un cuidado control en la apertura de huecos, muros de marés con su particular color y textura, por ello, observando este proyecto, se descubre uno de los objetivos fundamentales que han tenido los arquitectos: reproducir en esta obra la opacidad de las viviendas características de Montuïri. Sin embargo, esta finalidad no es gratuita, la vivienda vuelca sus vistas hacia ese horizonte dibujado por extensos campos agrícolas que se extiende en su fachada de poniente. Este lado de la vivienda, orientado al Oeste, queda definido por una gran celosía, a modo de grandes lamas de hormigón dispuestas verticalmente, que protegen del sol. Sin embargo, el resto de fachadas las cuales definen dos medianeras y la entrada a la vivienda desde la calle, se tratan de muros de hormigón que tan solo se encuentran mínimamente abiertos en el lado de la entrada principal. Por tanto, este proyecto queda compuesto geométricamente por un volumen geométricamente claro, sencillo y contundente.

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Sin embargo, cabe destacar una gran contraposición si se compara el interior de la vivienda con su exterior. En el espacio que se habita domina lo interconectado, abierto, complejo y un contúndente color blanco que contrasta con los intensos azules del cielo de Mallorca. En este punto, cabe señalar que los arquitectos rescatan uno de los elementos espaciales que distinguían las casas palacio de tradición mallorquina: un patio central de proporciones cuadradas. El mismo, queda abierto, en tres puntos, a ese cielo mencionado que inunda de luz cenital el interior de la vivienda la cual se organiza alrededor de ese gran vacío. De este vacío no solo llueve la luz, sino también la humedad y el color que proporcionan una serie de jardines que cuelgan desde lo más alto. De este modo, encontramos con un cruce de miradas longitudinales, transversales y diagonales, entre las diferentes estancias a través del patio, una especie de catálogo cromático, tres colores contundentes: el blanco artificial, el verde de las plantas y el azul del más allá, a los que se le suma, de forma disimulada, el marés autóctono.

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